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Se le permite conocerla en su tercera noche cómo invitada del faraón. En esta tierra tan lejos de Albion, del sol quemante y arenas doradas, donde el rey es (dice ser) un dios caminando entre mortales, entre bestias fantásticas, serpientes tan altas como personas, y sus dragones que viven en el agua, es *ella* el único ser que realmente le roba el aliento a Morgana, igual que lo hizo la primera vez que soñó con ella, la única razón por la que abandonaría su tiera.

La llaman Asenath, regalo del dios sol: un oráculo para el faraón, sagrada e intocable, y si bien no puede creer la divinidad del niño-emperador, es en ella y en su cabello de fuego que Morgana ve algo de divinidad.

Es un riesgo y lo sabe, pero cuándo la busca por la noche, la encuentra a medio camino.

"Soñé contigo," le dice sin palabras, en algo que resuena en su mente. "Te esperé por tanto tiempo."

Morgana no puede contestarle de la misma manera, pero cuándo toma su rostro entre sus manos y la besa sus labios son miel contra los suyos.

Huyen por la noche, Morgana susurrando para que el sueño de los guardias perdure, y Asenath suspira su divinidad para que nadie las observe escapar.